Nuestra relación con el consumo está cambiando: el
nuevo ciudadano sostenible
“La mayoría de clientes están faltos de dinero, pero
la crisis también ha dado lugar a que muchas personas se vuelvan más sensatas y
opten por deshacerse de coches que realmente no necesitan”. Esta es la opinión
de Jesús Berruezo, director de una empresa de compraventa de coches usados, en
un reportaje de ABC.
Vender tu coche porque no lo necesitas es un
acto subversivo de primera magnitud, pero cada vez más gente lo está haciendo.
Es el nuevo ciudadano sostenible (NCS), que se está asentando. Veamos algunas
de sus características, a través de unos cuantos aspectos de nuestra vida
moderna.
Calidad. El NCS rechaza la avalancha de ofertas de productos de ínfima calidad a
un precio aparentemente bajo. Si el “low cost” significa “baja calidad”, no irá
a ningún sitio.
Comida. El NCS gastará más porcentaje de su dinero en alimentos, invirtiendo la
tendencia de las últimas décadas de convertir el gasto en alimentos en
insignificante. Comprará menos carne, pero de más calidad, y más legumbres,
frutas y hortalizas frescas (y mejor si son de cultivo ecológico), invirtiendo así
sabiamente su dinero.
Compartir. Últimamente se está hablando mucho del consumo colaborativo,
un palabro que la RAE no ha admitido todavía. Es algo que se lleva haciendo
toda la vida, pero es interesante que se inserte en nuestra cultura de manera
deliberada.
Culpabilidad. El NCS puede llegar a ser difícil de convencer para que compre una cosa
que no necesita y que no le proporciona placer. Pero el NCS no se siente
culpable por consumir: no le gusta derrochar sin utilidad para nadie y cree que
lo que es bueno para las personas (de todo el mundo) y para su bolsillo, es
bueno para el planeta.
Ecoetiquetas. El NCS no hace gran caso a las ecoetiquetas,
salvo que le garanticen una característica concreta y deseable del producto que
desea comprar. Por ejemplo, una indicación A+++ en un frigorífico o una clave
“0” en unos huevos frescos. Las ecoetiquetas genéricas,
como “bio”, “eco”, etc., le parecen más bien rechazables.
Ética. Los grandes
lavados de cara verde de las grandes empresas no mejoran su imagen ante el NCS.
Muchas empresas enormes creen erróneamente que quedan bien con alguna pequeña
actividad filantrópica aquí
y allá.
Publicidad. La publicidad asociativa (este producto lo compran las personas a las que
desearías parecerte) no funciona con el NCS. Menos todavía la publicidad
metafísica (paisajes desolados y frases crípticas) o la gazmoña (hombres,
mujeres y niños correteando a cámara lenta por playas y bosques). ¿Y la
publicidad verde? Pues en principio es para desconfiar. Felizmente, ya tenemos
un Observatorio
del ramo.
Transporte. Éste es el punto donde más opciones se abren ante el NCS. Ahora mismo es
posible adquirir vehículos privados mucho menos contaminantes. Sin contar la
posibilidad de quitarse de encima el coche y todo el dinero y las molestias que
supone, y comenzar a probar el apasionante mundo del coche compartido,
la bici de alquiler
o incluso el transporte público de toda la vida.
Resentimiento. El NCS no confía en las empresas, especialmente en las grandes, que le
intentan vender cosas, porque cree con razón que le intentan engañar
sistemáticamente. Las encuestas demuestran claramente que el índice de
confianza en las empresas nunca ha estado tan bajo, a esto ha conducido la
obsesión de crear valor para el accionista y para nadie más. Va a ser
necesario un esfuerzo ímprobo de las empresas, especialmente de las grandes,
para recuperar su maltrecha reputación y la
confianza de los ciudadanos.
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